Presentación de la lengua

ARAGONÉS

El aragonés es una lengua privativa del territorio de Aragón y una de las tres habladas tradicionalmente en este territorio –junto al catalán y el castellano–, si bien únicamente la última ostenta el estatus de lengua oficial. No obstante, el aragonés, al igual que el catalán hablado en Aragón, cuenta con el reconocimiento de las instituciones autonómicas como lengua propia de Aragón, tal y como se recoge en instrumentos legales como el Estatuto de Autonomía de Aragón, la Ley del Patrimonio Cultural Aragonés y la Ley protección y promoción de las lenguas y modalidades lingüísticas propias de Aragón.

Fruto de un proceso histórico de minorización, el aragonés es en la actualidad una lengua en peligro de desaparición, tal y como reconoce la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) en su Atlas de las lenguas del mundo en peligro. Así, en cuanto a su número de hablantes, las cifras más actualizadas –correspondientes a tres preguntas incorporadas en el Censo de Población y Viviendas de 2011 desarrollado por el Instituto Nacional de Estadística– revelan que este idioma es hablado por 25.556 habitantes de Aragón, si bien la cifra se duplica si se tiene en consideración a quienes únicamente dicen comprenderlo.

Origen de la lengua aragonesa

El origen de la lengua aragonesa, como lengua romance que es, se encuentra en el latín vulgar traído por los colonizadores romanos a la península ibérica. Se considera que, fruto de sus condiciones geográficas, el territorio donde cristalizó el aragonés contó con un largo estadio previo de bilingüismo entre el latín hablado por los colonizadores y las lenguas prerrománicas que hablaban los pueblos allí asentados. Dicho territorio se sitúa, de este a oeste, entre la cuenca del río Isábena y el Valle de Ansó, llegando hacia el sur hasta las sierras prepirenaicas, como las de Loarre, Gratal, Caballera y Guara.

Se considera que el aragonés, como el resto de las lenguas románicas, sería una lengua diferenciada del latín ya hacia el siglo VIII, si bien su primera evidencia escrita se encuentra en las denominadas glosas emilianenses, un conjunto de anotaciones manuscritas sobre un códice redactado en latín y perteneciente al monasterio riojano de San Millán de la Cogolla.

El esplendor de la Edad Media

A partir de este primer testimonio, se han conservado numerosos textos medievales que se corresponden fundamentalmente con el periodo comprendido entre los siglos XII y XV, en el cual el aragonés cumplió –junto al catalán– un papel destacado como lengua institucional, utilizada por las Cortes Generales de Aragón y por la cancillería real. De este periodo de esplendor han llegado hasta nuestros días numerosos documentos notariales y de cancillería, además de varias versiones de los Fueros de Aragón, obras historiográficas como el Liber Regum, las Coronicas de los senyores reyes d’Aragón o un amplio conjunto de traducciones realizadas por el scriptorum del ilustre Johan Ferrández d’Heredia, situado en Avignon, entre muchos otros textos.  

Este periodo de esplendor de la lengua aragonesa se refleja también en su expansión geográfica, fruto de la conquista de nuevos territorios bajo dominio árabe por parte de los reyes aragoneses. Así, hacia el 1300 el aragonés era una lengua hablada por población de territorios comprendidos en los límites del actual Aragón –excepto la franja oriental, catalanófona– y las actuales Navarra –con excepción del territorio vascófono–, Rioja, zonas limítrofes de lo que hoy son las provincias de Soria, Guadalajara y Cuenca, las comarcas interiores no catalanoparlantes de la Comunidad Valenciana, el interior de Murcia o incluso algunos enclaves andaluces de repoblación aragonesa. 

Siglo XV: el inicio del retroceso

Tras este prolífico periodo, el retroceso de la lengua aragonesa da comienzo a partir del siglo XV, fundamentalmente tras la muerte en 1410 de Martín I sin sucesión directa legítima, lo que dibujó un nuevo escenario en la Corte aragonesa que quedó resuelto con el proceso conocido como Compromiso de Caspe, en el que diferentes representantes de los territorios de la Corona de Aragón, reunidos en Caspe en 1412, eligieron como sucesor del rey aragonés al castellano Fernando I, de la dinastía de los Trastámara, lo cual vendría acompañado del inicio del uso del castellano como lengua de la cancillería y de la alta cultura.

Una evidencia del cambio de estatus del idioma que produjo a partir del siglo XV y que resulta especialmente relevante en términos sociolingüísticos, se encuentra en un texto del historiador aragonés Gonzalo García de Santamaría, quien en 1490 justificaba lo siguiente respecto al idioma utilizado para la redacción de su obra:

“… porque el real imperio que hoy tenemos es castellano y los muy excellentes rey e reyna nuestros senyores han escogido como por asiento e silla de todos sus reynos el reyno de Castilla, deliberé de poner la obra presente en lengua castellana porque la habla comunmente más que todas las otras cosas sigue al imperio, y quando los príncipes que reynan tienen muy esmerada y perfecta la habla, los súbditos esso mismo la tienen

Así, en los siglos XV y XVI la presencia de textos en aragonés decae, evidenciando la realidad sociolingüística del momento, donde el castellano se erigía como la lengua de cultura. El aragonés queda reflejado, no obstante, en testamentos y últimas voluntades, capitulaciones matrimoniales o inventarios de bienes, así como en documentación vinculada a diferentes oficios de artesanos, como el libro de fábrica del Puente de Piedra de Zaragoza o el correspondiente a la Muralla de Huesca. Otras evidencias de su uso que deben tenerse en consideración son las que forman parte de la ingente documentación de diversas Casas de Ganaderos (como la correspondiente al Ligallo de Zaragoza), así como los numerosos libros de aduanas que proliferan en la época. Todo ello evidencia la situación diglósica del aragonés, que paulatinamente queda relegada a la expresión propia de las clases bajas de la sociedad mientras el castellano se consolida como la lengua institucional y utilizada en la alta cultura.

En síntesis, podemos decir que el retroceso de la lengua aragonesa se produce de la mano de un conjunto de acontecimientos históricos vinculados a la unión de los reinos de Aragón y Castilla que dio comienzo con la entronización de Fernando I de Trastámara tras el Compromiso de Caspe (1412) y se consolidó más adelante mediante la unión matrimonial de Fernando II de Aragón e Isabel I de Castilla (1469). La castellanización de las élites institucionales y culturales quedaría reflejada, además, en diferentes acciones de censura al uso del aragonés desde entonces y en adelante. Entre estas actuaciones podemos señalar, por ejemplo, el caso de las ordinaciones que los Jurados de Zaragoza otorgan en el año 1629 al oficio de parcheros, donde mandan que en lo sucesivo a estos artesanos se les conozca con el nombre de “pasamaneros” por ser un “vocablo más plático y moderno”.

Los “sieglos foscos”

Todo lo expuesto explica que, si bien Aragón fue en la historia literaria peninsular como un territorio especialmente prolífico en la etapa correspondiente al Siglo de Oro –con los hermanos Argensola o Baltasar Gracián como relevantes exponentes–, esta realidad se restringió exclusivamente a la lengua castellana, pues el aragonés se encontraba ya relegado a un uso popular reflejado, por ejemplo, en su presencia en composiciones literarias populares como las pastoradas o el conocido como Romance de Marichuana. Su uso por parte de autores cultos fue testimonial a partir del siglo XV, y se encuentra fundamentalmente en un conjunto de composiciones poéticas presentadas a las justas literarias celebradas en 1650 en la ciudad de Huesca con motivo de las bodas reales de Felipe IV y Mariana de Austria, a algunos villancicos barrocos a las tres composiciones firmadas por la abadesa de Casbas Ana Abarca de Bolea. Los siglos XVI y XVII, en los que los textos en aragonés que han llegado a nuestros días son muy escasos, se han denominado comúnmente como los “sieglos foscos” –siglos oscuros–.

Entre la minorización y la recopilación lexicográfica

Nuevos acontecimientos geopolíticos, como la derogación de los fueros de Aragón por Felipe V en el marco de la guerra de sucesión española influirían de forma decisiva sobre los usos lingüísticos en este territorio, de lo cual dio testimonio el bilbilitano Josef Sanz de Larrea en 1788:

“…buena disposición, por cierto, muestra Aragón para recibir la lengua de Castilla, que es el ultimo homenaje de servidumbre que un pueblo hace a su vencedor”.

Felipe V objetivo de potenció el uso de la lengua castellana y desarrolló acciones políticas encaminadas a que el resto de las lenguas españolas tuvieran una presencia social menor que el castellano. En una de ellas, de 1717 y conocida comúnmente como ‘Carta a los corregidores’ pero llamada realmente Instrucción secreta de algunas cosas que deben tener presente los Corregidores–que eran una especie de funcionarios reales que servían de lazo de unión entre los gobiernos municipales y la monarquía–, se establecía que:

“Pondrá el corregidor el mayor cuidado en introducir la lengua castellana, a cuyo fin dará providencias más templadas y disimuladas para que se note el efecto sin que se note el cuidado”.

Este talante institucional fundamentado en la minorización de las lenguas españolas diferentes del castellano se intensificaría especialmente a partir de la segunda mitad del siglo XIX, nuevamente en coherencia con el devenir histórico en un momento marcado por el afianzamiento del poder del Estado a través de sus instituciones.

En cualquier caso, en aquel momento el aragonés se encontraba ya en una situación muy debilitada, si bien daban cuenta de su vigente uso social los múltiples vocabularios recopilados por autores como Mariano Peralta (1836), Francisco Otín (1886) o Benito Coll (1902), entre otros.

Del mismo modo, es una evidencia relevante por lo que respecta a la vitalidad social del idioma en el territorio altoaragonés entrado el siglo XIX el episodio de las memorias del Premio Nobel en Medicina Santiago Ramón y Cajal, quien se refería, no obstante, en los siguientes términos a su experiencia como nuevo vecino de una localidad aragonesohablante durante su infancia, evidenciando la representación de esta lengua que presentaban los estratos más elevados de la sociedad de la época:

Cumplidos mis ocho años, mi padre solicitó y obtuvo el partido médico de Ayerbe […] Por entonces se hablaba en Ayerbe un dialecto extraño, desconcertante revoltijo de palabras y giros franceses, castellanos, catalanes y aragoneses antiguos. Allí se decía: forato por agujero, no paspor no, tiengo y en tiengo por tengo o tengo de eso, aiván por adelante, muller por mujer, fierro y ferrrero por hierro y herrero, chiqué y mocete por chico y mocito, abríos por caballerías, dámene por dame de eso, en ta allá por hacia allá, m’en voy por me voy de aquí, y otras muchas voces y locuciones de este jaez, borradas hoy de mi memoria. En boca de los ayerbenses hasta los artículos habían sufrido inverosímiles elipsis, toda vez que el, la, lo se habían convertido en o, a y o respectivamente. Diríase que estábamos en Portugal […] Poco a poco fuimos, sin embargo, entendiéndonos. Y como no era cosa de que ellos, que eran muchos, aprendieran la lengua de uno, sino al revés, acabé por acomodarme a su estrafalaria jergoriza, atiborrando mi memoria de vocablos bárbaros y de solecismos atroces.

El “descubrimiento” científico del aragonés

Ya en la segunda mitad del siglo XIX resultó clave la figura de Joaquín Costa, cuya aportación es especialmente relevante en la historiografía del aragonés. Costa es considerado como la figura que dio a conocer en el ámbito internacional la realidad lingüística de Aragón, gracias a su ensayo “Los dialectos de transición en general y los celtibérico-latinos en particular”, publicado en el Boletín de la Institución Libre de Enseñanza en 1878/1879 y a la discrepancia que sobre este tema mostró el hispanista francés Alfred Morel-Fatio, que resultó en la llegada al Alto Aragón en el año 1896 del filólogo francés Jean-Joseph Saroïhandy, alumno de Morel-Fatio, dando comienzo el estudio científico del aragonés, tal y como reconoció el propio Joaquín Cosa, quien dijo de él que:

“No olvidemos (…) que le debemos este servicio eminente: el haber iniciado el estudio científico del habla aragonesa”.

 Sarohïandy realizó un profundo trabajo de campo en todo el Alto Aragón a través de diferentes ‘misiones lingüísticas’ mediante las cuales recopiló datos en 130 localidades altoaragonesas. Además, ocupó entre 1920 y 1925 la cátedra consagrada a las Lenguas de la Europa Meridional en el Collège de France y allí organizó su docencia en torno el aragonés y el vasco, siendo el primer profesor que impartió enseñanzas sobre la lengua aragonesa en la enseñanza superior.

Un siglo de investigaciones

La labor de Saroïhandy quedó complementada en las primeras décadas del siglo XX por una nómina de romanistas extranjeros como Alfons Theo Schmitt, Alwin Kuhn, Gerhard Rohlfs, Fritz Krüger, Rudolf Wilmes, Werner Bergman o William Dennis Elcock, pero también por aragoneses como Domingo Miral, Rafael Gastón o Vicente Ferraz, que recopilaron y estudiaron en los primeros decenios del siglo XX las variedades diatópicas de sus valles natales, o como el madrileño Tomás Navarro Tomás, quien ya en 1907 recorrió el Pirineo Aragonés en el marco de la coordinación del Atlas Lingüístico de la Península Ibérica y quien expresó en su tesis doctoral, defendida en 1909, que “está demostrada la existencia del aragonés como habla independiente del catalán y del castellano”.

En las primeras décadas del siglo XX fue también especialmente relevante para el estudio del aragonés la labor desarrollada por el Estudio de Filología Aragonesa, fundado por la Diputación Provincial de Zaragoza e impulsado por un polifacético zaragozano, Juan Moneva y Puyol. En la redacción de su Diccionario de voces aragonesas participaron numerosos intelectuales de la época, como la célebre María Moliner. También estuvo vinculado a este Estudio Benito Coll, quien apostó por la creación de una Academia que impulsara una norma literaria común para el aragonés, evidenciando una visión supradialectal de este idioma y el interés por su normalización.

Desgraciadamente, la sublevación del general Franco, la Guerra civil y la dictadura militar, no contribuyeron a la consolidación de esta brillante trayectoria investigadora sobre la lengua aragonesa, que tardaría varias décadas en volver a reponerse y llegar a un nivel parecido al que se encontraba en aquel momento, si bien durante la dictadura franquista se desarrollaron importantes trabajos desde universidades europeas y se estudiaron las variedades locales del aragonés por parte de importantes lingüistas como Manuel Alvar y Tomás Buesa o por parte de relevantes intelectuales como Ángel Ballarín o Pedro Arnal Cavero.

También es importante destacar que la entrada del siglo XX había venido acompañada de un incipiente interés por el cultivo literario del idioma de la mano de escritores que legaron una extensa obra fundamentalmente poética y en las variedades diatópicas chesa y ribagorzana. No obstante, la producción literaria se retomó con fuerza y desde una mayor diversidad en género y temática en las postrimerías de la dictadura militar, a partir de 1970, con el comienzo de una etapa de recuperación del aragonés vinculada a un intenso trabajo de investigación y activismo lingüístico conocido como A Renaxedura que se materializó en la aparición de asociaciones, grupos musicales, revistas, editoriales, concursos literarios y campañas para reivindicar el apoyo y la protección institucional del aragonés.

Desde “A Renaxedura” hasta hoy

En síntesis, podemos decir que en los últimos 50 años se ha producido un progreso evidente en el estudio y conocimiento del aragonés, pero también en otros ámbitos como su cultivo literario, su enseñanza, su difusión mediante expresiones artísticas como la música y el teatro o su consideración por parte de la sociedad aragonesa, tanto hablante como no hablante del idioma.

Por lo que respecta a su enseñanza, su introducción en la escuela (como materia optativa cursada fuera del horario escolar) no se produjo hasta el curso 1997/98 mediante un proyecto piloto en cuatro localidades altoaragonesas. Desde entonces, la situación ha mejorado considerablemente y en la actualidad son aproximadamente 1.300 los estudiantes de aragonés, fundamentalmente en las etapas de Educación Infantil y Primaria. Además, desde el año 2010 el aragonés cuenta con un título universitario de posgrado –el Diploma de Especialización en Filología Aragonesa– y desde el curso 2020/2021 los estudios de Magisterio en Educación Infantil y en Educación Primaria ofrecen en el Campus de Huesca una mención cuyo objetivo es la formación de los maestros y maestras especialistas en aragonés.

Si bien el camino por recorrer para garantizar la pervivencia del aragonés todavía es amplio, su reciente incorporación como lengua vehicular de programación de la televisión autonómica, la creciente acogida de su enseñanza en todas las etapas educativas o su inclusión en el ámbito digital –con herramientas que facilitan su aprendizaje, como TraduZe, Aragonario o LiteARAtura y la irrupción de creadores de contenido en diferentes redes sociales como Instagram o YouTube– dibujan un horizonte de esperanza para esta lengua milenaria.

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